domingo, noviembre 16, 2008

¿Cómo solucionar los problemas del siglo actual? ¿Cómo curar el mal que nos atañe a todos? Acaso con ¿Una reforma del mundo entero?

Estas preguntas seguramente muchas personas también las han tenido y todavía somos muchos que no sabemos la respuesta adecuada, mientras existen grupos de paz y religiones en el mundo que buscan “la reforma del mundo” y a esto siempre me pregunto:
¿Por qué buscamos una reforma (el bien absoluto o el paraíso perfecto) en el mundo, cuando sabemos que nuestros antepasados no lo han podido conseguir en estos 2000 años que tenemos de conocimiento?

Apropósito del tema que me ocupa, es que encontré el texto “La reforma general del mundo entero” escrito por el satírico italiano Trajano o Traiano Boccalini que cuenta esta historia ya en el 1614 y dice así:

“En él leemos que un gran número de sabios, autoridades competentes y personas eminentes, convocados por Apolo en el monte Parnaso, discutían, sin éxito, sobre la posibilidad de una reforma general del mundo. Lo que uno suponía posible, otro lo rechazaba. Finalmente, esos señores, consternados y amargamente desilusionados, no sabían qué hacer, a lo que su secretario, Mazzoni, tomó la palabra y dijo:
«Señores míos, les pido que sepan disculparme si digo que me parecen médicos irreflexivos, que pierden su tiempo en disputas y se atormentan con discusiones, sin ver antes al paciente y sin oír el relato de su dolencia.
Se nos ha encargado curar al siglo de la peligrosa de­bilidad con la que va tan abatido. Todos los aquí reuni­dos estuvimos ocupados en ello, y hemos exprimido nues­tros cerebros para encontrar la causa de la dolencia y un remedio saludable, y ninguno de nosotros fue lo bastante razonable como para realizar una visita y examinar al paciente.
Por esto, señores, soy de la opinión de que debemos mandar llamar al propio siglo e interrogarle sobre sus molestias. Desnudémosle y examinemos aquí sus miembros lesionados. De esta manera el tratamiento se nos hará más factible, ya que por el momento no encontramos ninguna esperanza de éxito.»
Esta prepuesta de Mazzoni agradó de tal modo a los presentes, que en aquel mismo instante dieron la orden para que fuese llamado el siglo. Este fue llevado por las Cuatro Estaciones en un asiento, al interior del palacio de Delfos.
Era un hombre de edad, de buena presencia, y disponía de una constitución tan robusta, que aparentaba poder vivir todavía muchos centenares de años. Estaba solamente asmático y se quejaba siempre con voz cavernosa y tos ronca. Los señores se sorprendieron y le preguntaron qué era lo que le atormentaba tanto, puesto que su tez presentaba un estado de frescura y normalidad, índice de un calor natural suficiente y de un estómago en buen estado. Acordáronse entonces de que cien años atrás, él había tenido mal color, como si hubiese padecido ictericia. Pero, con todo, se expresaba con vivacidad y con fuerza. Pidieron al paciente que les contase todo lo referente a su molestia, puesto que le habían llamado para curarle.
A todas esas preguntas de los filósofos respondió: «Señores míos, poco tiempo después de mi nacimiento, em­pecé a sentir las dolencias que ahora me atormentan. Mi buen semblante que los señores ven, proviene de la pintura con la que los hombres me embadurnaron. Mi dolencia es como el flujo y reflujo del mar: el mar sube y baja según tiempos determinados, pero siempre contiene la misma cantidad de agua. Observo estos mismos en mí. Cuando parezco bien de salud y exteriormente me presento convenientemente, y mi tez se muestra suave y agradable, la dolencia es interior, como lo es en el presente. Mientras que, cuando tengo mala fisonomía y un aspecto ruin, estoy bien de salud interiormente. Puesto que desean saber cuáles son las dolencias que me atormentan, retiren de mí la vestimenta con 1a que los hombres me disfrazan, para esconder un miserable cuerpo que parece muerto. Véanme desnudo, tal como la natu­raleza me creó, y comprenderán que soy como un cadá­ver viviente,
En esto, dichos señores se, aproximaron a siglo e, in­mediatamente, tras haberle desnudado, vieron que tenía todo el cuerpo recubierto de cuatro dedos de espesor de una sarna que le consumía. Los señores reformadores mandaron traer diez navajas para liberarle de la sarna, pero se dieron cuenta de que había penetrado tan profundamente, que llegarían al esqueleto sin poder encon­trar ni un sólo pedazo de carne sana en todo el enorme cuerpo. Quedaron de tal manera horrorizados, que le volvieron a colocar apresuradamente el vestido y le despidieron.
Convencidos, tras el examen, de que no existía ninguna esperanza de cura para el siglo, resolvieron abandonar la tarea de promover el bienestar general que les había sido encomendada, y sólo se preocuparon de encontrar medios para conservar intacta su reputación y su conside­ración ante el mundo.
Para dar la apariencia de haber solucionado el caso, y convencer al mundo de que habían cumplido bien con su obligación y defendido los intereses generales, esos mis­mos señores dictaron a su secretario, Mazzoni, el texto de una reforma general, en el cual, con palabras pomposas, demostraban hasta qué punto estaban interesados por el bienestar de la humanidad.”

Extraído del libro “Dei Gloria Intacta de Jan van Rijckenborgh”

¿Queremos ser los reformadores del siglo?
Solo si podemos ver el estado actual del siglo y la humanidad en general y responder a él no “embadurnando más” ni tratar como si siendo buenos o buscando la paz, todos los problemas se solucionen.